EL SUEÑO DEL DESTINO

Texto inscrito en el Registro de la Propedad Intelectual.

Para F.P.R.

El camino había sido largo, sinuoso, pedregoso, lleno de víboras, escorpiones y lagartos. El espíritu, sin embargo, se revelaba ingrávido. A lo largo de todo el recorrido, siempre de la mano de Hermes, fui encontrando pastores, brujos, enajenados, templos, Dioses y Diosas. Afrodita, surgida de la espuma del mar, me dio la mano y me acompañó un trecho del recorrido, a la vez que me instruía en los quehaceres del amor. Más adelante apareció Eolo. De todos los vientos, uno, con Ulises, brazo con brazo, me llevó a Ítaca. La voluptuosidad de mi imaginación me obligó, aquí y allí, a hacer recorridos por lugares de luz y de amor.

Vuelto a mí y, mientras el aliento del camino abrillantaba mi rostro de sudor, a la vez que Helios, luciendo en el cénit, lo bruñía suavemente, hice pausa en el camino para poder gozar del sueño de poder reunirme con el oráculo.

Ante mí, firme, majestuoso, radiante, se elevaba la cima del Parnaso. Mi espíritu gozaba de la lírica de tantos y tantos poetas que la inspiración ha bendecido a ciertos seres humanos. Suavemente, el sueño me invadió nuevamente y me encontré rodeado por Apolo y Dionisio. La luz desfalleció de mis ojos y sus imágenes aparecían diáfanas, unas veces dándose las manos, otras separándose y danzando cada uno de ellos a ritmos diferentes, Era el juego majestuoso de una danza, ahora compasada, ahora frenética. Entre laureles y olivos, en concierto armónico con las musas, Apolo se movía bello y muy plantado. Era el triunfo de la belleza serena, del equilibrio, del control del cuerpo y de la mente. Dionisio, sacudiendo cuerpo y alma, rodeado de sátiros, silenos y bacantes, cabriolaba con gestos violentos una desenfrenada danza orgiástica. Uno y otro se entrecruzaban a mí alrededor, se odiaban, pero, se amaban a la vez. Abrí nuevamente los ojos y me encontré envuelto por ninfas, musas y nereidas danzando al ritmo de mi corazón.

Yo había atravesado el golfo de Corintio y, siguiendo en el camino, me encontré en la ladera este del Parnaso. Repentinamente apareció majestuosa la ciudad de Delfos. Volví a sentarme, esta vez sobre un banco de piedra oscura, junto a la Diosa Gea, triste y pensando en Urano. Fue entonces cuando pude contemplar el imponente esplendor, de estilo sereno, dórico, peristílico, con tambores estriados sin base, del templo de Apolo. No muy lejos de allí un grupo de aurigas se instruían para los juegos.

Acercándome al templo, percibí, ya muy cerca de él, Apolo. Él mismo, apenas verme, dejó la lira y me recibió en el umbral de la puerta. El arco y las flechas se encontraban en un rincón del pronaos. ¡Qué belleza! Música y poesía irradiaban de su cuerpo. Me pidió de sentarme a su lado y me instruyó sobre la cacería, la medicina, la poesía y la música. Me habló de Zeus, su padre, y de Artemisa, su hermana, gemela y virgen y, en el fantasma de la ficción, iniciamos un largo periplo por lugares de toda la Hélade. Nos encontramos con Ulises y Homero y Orfeo, con su cítara. Bajamos hasta las el reino de las Hades y, en Esparta, me enamoré de la bella Elena. Por instantes me sentí Paris y, el deseo de raptarla me invadió el espíritu. En Troya, embriagado de Aquiles maté Héctor y, finalmente, entré en la ciudad dentro del caballo.

Despierto del sueño, finalmente Apolo me cogió de la mano, me ayudó a levantarme y me introdujo en del recinto. Fue allí dónde, en una clara penumbra, pude contemplar un grupo de Sibilas extasiadas. Bajando en el subterráneo, en una oscura penumbra, una mujer, unos años por encima de los cincuenta, bien proporcionada, esbelta y poderosa a la vez, deslumbró mis ojos. A sus pies yacía muerta Pitón. Era Pitia, la Pitonisa. Apolo, sin pedírmelo, le indicó de predecir mi destino. Ante el altar empezó a masticar hojas de laurel y, por unas rendijas del suelo, aparecieron emanaciones sulfurosas. Pocos minutos después, su cuerpo empezó a sacudirse con movimientos convulsivos, a la vez que chachareaba palabras incomprensibles. Los movimientos continuaron frenéticamente hasta que temblores la invadieron de pies a cabeza.

Pasados unos instantes, ojos entornados, rostro nervioso, se me acercó y, con voz potente, me predijo el destino.

Jordi Rodríguez-Amat

23 de Septiembre del 2012

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