Este escrito es pura ficción, aunque está inspirado en unas impresiones personales reales. A finales del mes de enero y principios del mes de febrero del 2001 hice una viaje por Egipto. En Egipto los turistas, debido al terrorismo, no pueden ir solos y siempre tiene que haber un guía u otro con ellos. Había hecho un crucero por el Nilo y en Luxor mes desplazaba hacia Asuán para tomar el crucero del lago Asuán para ir hasta Abu Simbel.

El trayecto entre Luxor y Asuán se hacía en coche, pero todos los coches tenían que ir en caravana. No podía ir un solo coche. En un momento dado del trayecto, la caravana se detiene, Allí había policías por todas partes. Un policía se acerca a nuestro coche y habla con el chofer. El chofer hablaba un poco español y una vez se fue el policía nos dice que un militar debe subir en nuestro coche. Según me pareció eso pasaba con todos los coches. A continuación se acerca y sube en nuestro coche un chico de no más de quince años, vestido de militar y con una metralleta. Alrededor de su cintura llevaba muchas cartucheras, supuestamente llenas de municiones.

Finalmente llegamos a Asuán sin ningún problema.

Esta vivencia generó el relato de ficción Camino de Aswuan.

 

Este texto ha sido inscrito en el Registro de la Propiedad Intelectual del Departamento de Cultura de la Generalidad de Cataluña

CAMINO DE ASWAN

Alrededor de las tres y media de la tarde del 13 de febrero de 2001 la caravana de vehículos emprendía camino hacia Aswan. Había sido necesario unirse a la comitiva para hacer el viaje juntos. El trayecto de Luxor a Aswan es extremadamente peligroso por los muchos atentados chiítas de la zona. Dos autocares llenos de turistas franceses -al menos hablaban francés-, varias furgonetas y otros coches, junto con el nuestro, formaban la comitiva con escolta policial. Delante, atrás y así como otros vehículos de policías estaban distribuidos entre los que formaban la comitiva. Yo iba en un coche que se situó aproximadamente hacia el medio de la caravana. Un conductor y un guía iban delante y yo detrás. Había policías por todas partes, gritando y moviéndose de un lado al otro, organizando o desorganizando toda la comitiva. Armados de pies a cabeza, hablaban muy deprisa y gesticulaban furiosamente.

En Egipto, donde hay turistas hay policía: cerca de los monumentos, en los hoteles, por las carreteras, bien, hay policías por todas partes. Sucios, negligentes, mal vestidos, desordenados en su gran mayoría. Los que formaban la comitiva para hacer el trayecto parecían más bien militares, en todo caso parecía un tipo de policía militar, ya que tanto el tono como el comportamiento de aquellos hombres era muy enérgico.

Después de unos 60 km de recorrido, debíamos de estar cerca de Esna, la caravana se detuvo. Se podía fácilmente adivinar que nos encontrábamos en un cruce de carreteras. De repente, un hombre vestido de civil se acercó a nuestro vehículo y empezó a gesticular y hablar, casi gritando, con el guía. Hablaban en árabe y yo no entendía absolutamente nada. El guía bajó del coche y mostró un documento, carta o pasaporte, a aquel hombre que, cada vez más, hablaba de manera irracional. Parecía ser un personaje importante dentro de la comitiva y, seguramente, el responsable de la seguridad. Chicos vestidos de militares de unos 15 años y no más de 17 o 18 se acercaron a nuestro coche. Al cabo de un rato, el guía, abriendo la puerta trasera, del coche me dice que tenía que subir un guardaespaldas dentro del coche. Un chico muy joven, entre 15 y 16 años subió y se sentó detrás sobre una banqueta. El chico llevaba una ametralladora y muchas municiones alrededor de la cintura. Aunque yo no tenía miedo, la situación en la que nos encontrábamos, el entorno, sucio y deprimente, los rostros de la gente que nos miraba, generaba un cierto respeto.

La imaginación es siempre libre y, apenas se reanudó la marcha, empecé a pensar en la posibilidad de que ese chico, armado de pies a cabeza, pudiera ser un terrorista. Yo tenía el sentimiento de que ese chico estaba nervioso, ya que, de vez en cuando, acariciaba el arma, haciendo un ruido extraño con los dientes. Estaba detrás de mí hacia un lado y yo solo podía verlo de reojo si no quería volver la cabeza. Estuve constantemente reflexionando, pensando que si me quisiera matar debería hacerlo disparando el arma de abajo hacia arriba, ya que no tenía espacio para colocar la ametralladora horizontalmente. Pero, ¿exponerse, solo para matar a una persona? Los responsables de los terroristas no hubieran decidido el sacrificio de un hombre para matar únicamente a uno. Los atentados suicidas que yo sabía que se habían producido en Egipto habían acabado con la vida de muchas personas.

La caravana continuaba su recorrido, mientras el día iba cayendo lentamente. El chico no paraba de estar nervioso y continuaba manipulando su ametralladora. Ante nosotros había, ahora, un autobús. Todos los coches marchaban muy juntos, dejando muy poco espacio entre ellos. La marcha se hacía, ahora deprisa, ahora despacio. Mientras tanto, yo observaba el paisaje, sucio, desolado. En la carretera, en los árboles, por todas partes había polvo. La gente mal vestida y sucia. De repente veo salir un hombre completamente desnudo de un canal cerca del río y sin ningún tipo de pudor empezarse a vestir. Pensé que los árabes no se lavan nunca. ¿Qué hacía aquel hombre saliendo del agua? Una reflexión sin respuesta.

De repente, una ráfaga de ametralladora estalla dentro del autobús delante de nuestro coche. Una bala atraviesa el parabrisas de nuestro vehículo y el conductor cae muerto en el acto. Una bala le había atravesado la cabeza y salió rompiendo el cristal de la puerta. Por suerte, en ese momento la marcha era muy lenta y el coche paró de golpe. Todos los coches se pararon y el joven de detrás de nosotros abre la puerta de atrás del coche, baja corriendo temblando y, con la ametralladora en la mano, se va directamente hacia el autobús de delante. De repente, se para y comienza a caminar hacia atrás. Tiene miedo y tiembla sin control de sí mismo. Temblando, comienza a disparar sobre el autobús de enfrente. Está como loco. No para hasta que parece haber agotado la munición. Al cabo de un par de segundos una fuerte detonación estalla en la parte delantera del autobús. El chico cae herido de muerte por las balas de otros militares que se acercaron a continuación

46 personas muertas, los dos terroristas, el chico del autobús de enfrente y el que iba con nosotros en el coche.

13 de febrero del 2001

31 de agost del 2006

Jordi Rodríguez-Amat

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