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MI PACTO CON EL DIABLO

Ensayo-Ficción

Este escrito fue provocado por la lectura de los Faustos, Parte I y Parte II de Johann Wolfgang von Goethe. La imaginación me ha permitido de metamorfosearme en el personaje y entregarme al deseo de poseer poderes absolutos. Georg Faust o Johann Georg Faust fue un personaje real que vivió a caballo entre los siglos XV y XVI en Alemania.

 
 

Mefistófeles. Obra de Rodríguez-Amat

Óleo sobre tabla. 122 cm x 81 cm. 1997.

Mefistófeles es el diablo que en muchas leyendas tiene la capacidad de otorgar el conocimiento absoluto a cambio de la condenación del alma. Tiene sus raíces en un personaje real, Johann Georg Faust, sanador, alquimista, mago y astrólogo. La historia de Fausto y su pacto con Mefistófeles (El diablo) provocó, a partir de su muerte, una gran cantidad de literatura, transformando la historia en leyenda, haciendo difícil hoy de separar una de la otra.

En forma de leyenda se encuentra sobre todo en obras germánicas, dos de las más importantes, Fausto I y Fausto II de Johann Wolgang von Goethe.

 

 

MI PACTO CON EL DIABLO

Estaba sentado a mi lado y parecía hombre de pocas palabras. Yo no osaba mirarlo directamente, pero sí que lo hacía de reojo. A pesar de mi deseo en conocer sus pensamientos no me sentía capaz de dirigirle la palabra. Por mi mente pasaron todo tipo de conjeturas. Pensar, imaginar, suponer son especulaciones mentales, totalmente gratuitas.

Esta persona tenía un libro en la mano y yo no sé si lo leía o no, pues lo tenía al revés. Estuve esperando a que acabara de leer la página, si es que podemos llamarlo así, para ver como pasaba la página y al cabo de un buen rato, me mira, sonríe y pasa la página. Evidentemente con el libro al revés, pasó la página hacia la derecha. Yo estaba totalmente atento a lo que este hombre hacía, ya que, teniendo que esperar y viendo la excentricidad del personaje debido a su forma de leer, toda mi mente se concentraba en lo que hacía o bien podía hacer ese individuo. ¿Era un actor?

Estábamos esperando nuestro turno. Los dos teníamos un ticket en la mano con un número. Yo el sesenta y nueve, él el setenta. No lo entendí, ya que él había llegado antes que yo y su número era más alto. Lo habíamos extraído del mismo aparato expendedor. Solamente había una ventanilla y por lo tanto, estábamos esperando para el mismo sitio. Muchas veces, nuestra capacidad no nos permite tener un conocimiento absoluto y la duda recae sobre el espíritu.

La espera se hacía larga, pues había un buen número de personas que estaban esperando y la pantalla cambiaba de número muy despacio. Justo en ese momento mostraba el 52. Casi todo el mundo estaba inquieto, ya que no paraban de moverse. Apenas un par de personas manifestaban una cierta serenidad. Yo, dominador del entorno, era espectador privilegiado observando todo lo que allí acontecía. En una pantalla encima de la puerta por donde entraba la gente había un texto en tipología gótica: Pacto con el diablo.

La persona a mi lado pasó una vez más la página del libro que estaba leyendo y, a pesar de estar al revés, pude leer un nombre: Dr. Faust.

A pesar de mi subjetividad, tengo el convencimiento de ser una persona equilibrada emocionalmente. Sin embargo, tuve que hacer un cierto esfuerzo para no caer en una desmesurada perplejidad cuando, volviendo a fijarme en su ticket, pude leer esta vez que él también tenía el número sesenta y nueve. En este momento decidí mirar directamente a su cara y no de reojo como había hecho antes. Aún más perplejo, pude examinar con detalle su rostro y comprobar que era mi propio retrato. A continuación fui al servicio para mirarme en el espejo y, efectivamente, éramos idénticos. ¿Sería yo mismo la persona que estaba leyendo el libro o sería simplemente su doble? Cuando volví del servicio aquel hombre había desaparecido y yo tenía el libro en la mano. Mi mente no pudo concluir otra explicación que no fuera; yo era esa persona. ¿Pero quién era yo? Abrí el libro por la página sesenta y nueve y con letra grande decía: tú eres Dr. Faust, Johan Georg Faust.

¿Qué hacía yo allí? Lo vi muy claro, había venido a pactar con el diablo. De repente sonó una pequeña señal en la pantalla y apareció el número 69. Todas las demás personas que esperaban habían desaparecido y me acerqué a la ventanilla. Has venido a pactar conmigo me dijo con voz ronca el personaje. Soy Mefistófeles. Me hizo pasar a una salita que había al lado y me dijo: antes de pactar, tomaremos un vaso de vino como el que un día nos servirán en la Auerbachs Keller. Reconocí la sala donde entramos. Era la sala de estudios donde Fausto pactó con Mefistófeles.

Pensé de inmediato en Goethe, el cual había sido el responsable de mi pacto con Mefistófeles y decidí ir a verlo a principios del siglo XIX en Weimar. Goethe me emplazó a volver a finales de los años veinte, una vez él hubiera redactado su segundo Fausto.

A lo largo de aquellos años, esperando de reencontrarme nuevamente con él, estuve reflexionando sobre mi persona. Al lector le puede parecer, exactamente como a un gran número de personas posteriormente a mi muerte, de ser yo un personaje enigmático. El tiempo que el destino me obligó a vivir, ser sanador, alquimista, astrólogo y adivino eran del todo natural. Un tiempo sometido a todas las creencias de la edad media con sus animatismos, esoterismos, ocultismos y misterios teocráticos, entre otros, carentes de toda la ciencia objetiva del Renacimiento posterior.

Cuando volví a Weimar me recibió Johann Peter Eckermann, colaborador, secretario y amigo de Goethe. Salimos al jardín donde se encontraba Goethe en estado meditativo dialogando con Mefistófeles. Me senté delante de ellos dos y le dije: Johann, has querido hacerme creer y finalmente lo has conseguido que yo tengo el deseo de ser como Dios. Tú has sido la serpiente que me ha querido hacer caer en el deseo del conocimiento absoluto. Me has provocado, Johann, y yo, débil humano, afable y complaciente, deseoso de tener un conocimiento absoluto, no me he podido liberar y me he precipitado. Has tenido el deseo de hacerme pactar con Mefistófeles para que yo pudiera alcanzar el conocimiento absoluto. Johann, no tengo miedo y acepto el reto. Sé que, si es necesario, mi pacto podrá ser declarado nulo si me arrepiento y vuelvo nuevamente a manos de la iglesia como hizo Teófilo de Adana. Estoy al abrigo, pues sé que puedo romper el pacto cuando quiera.

Muchas han sido, amigo Johann, las leyendas en las que un ser humano ha pactado con el diablo. Tú sabes y conoces como muchos personajes, papas entre otros, han tenido capacidades mágicas y, abandonando los dogmas de la fe, se han sumergido en quimeras fantásticas, como yo, en busca de fenómenos extraordinarios y milagros buscando el conocimiento y el poder absolutos. Incluso mi deseo de buscar fórmulas para obtener oro. Yo no había hecho ningún pacto con el diablo antes y ahora tú lo has provocado.

Sé que el deseo y la ambición para conseguir riqueza y poderes inducen al ser humano a perder sus condiciones y sus valores morales. Johann, tú te has quedado al abrigo y no te has expuesto a perder tu alma, pero has tenido la osadía de perderme el respeto y me has obligado a un pacto que yo no hubiera aceptado libremente. Tú no eres el único que tomándome como personaje me ha hecho pactar con el diablo. Ahora, justo en este momento, siento la necesidad de pactar con él.

Has inducido Dios y Mefistófeles al reto provocador de permitir al diablo de alejarme de la iglesia a pesar de que jo no creía en esta posibilidad. Finalmente me has acercado al diablo y hoy voy a pactar con él. Yo, como Eva, quise ser como Dios y tener el conocimiento absoluto. La serpiente la provocó y ella aceptó, pero ella no tuvo la posibilidad de poder arrepentirse y castigó toda su descendencia. El pacto, yo no lo hago con Dios, sino con el diablo y consecuentemente disfruto del placer de sentir la voluptuosidad del pecado.

Yo quisiera pecar y transgredir con conocimiento la voluntad de un Dios, pero ¿de qué Dios? Mi libertad no me permite aceptar ningún acto obligado y consecuentemente mi conciencia de pecador es aceptada y deseada. Quiero ser pecador. No tengo miedo. ¿De qué debería tener miedo? Soy humano y siento la fuerte necesidad de aspirar a tener poder, y acepto libremente el pacto. El diablo me provoca y me ofrece lo que deseo: tener riqueza, poder mágico, talento y así poder liberar mi alma de la sumisión a la mortalidad a la que Dios nos ha condenado. Dios habrá perdido el reto que yo hago con Mefistófeles y yo podré entregarme a todas los desenfrenos que me exigen cuerpo y alma. Mi mente no tendrá límites y mis deseos serán satisfechos en toda su plenitud. ¿Y qué me pide a cambio Mefistófeles? La condenación de mi alma. Acepto el pacto.

Jordi Rodríguez-Amat

4 de diciembre del 2017

 

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