LEL CRÍTICO DE ARTE, EL COLECCIONISTA Y YO

 

© Copyright Jordi Rodríguez-Amat

Este texto ha sido inscrito en el Registro de la Propiedad Intelectual del Departamento de Cultura del Gobierno de Cataluña

 

Un buen día de un mes de mayo, me encontraba solo en una galería de arte de la calle de Seine en París, observando una y mil veces los cuadros que colgaban de las paredes. Justo en aquel momento vi entrar en la galería uno de los críticos de arte parisienses de más renombre. Este señor escribe críticas de arte en varios diarios parisienses y a la vez colabora en las más prestigiosas revistas de arte contemporáneo. Entró acompañado por un hombre de cierta edad, gordo, panza voluminosa, vestido con un traje de color negro azulado. Después de haberlo observado unos segundos, pensé que, probablemente, era un gran coleccionista de arte contemporáneo.

Al poco rato de oír ciertas explicaciones del crítico de arte, me pregunté, qué razón podía tener aquel crítico de arte de explicar al coleccionista las grandes calidades de todos aquellos cuadros. Pasaron unos minutos y yo, con cierto coraje, pedí al crítico de arte que me permitiera escucharlo, tal era el conocimiento que demostraba con su discurso.

Ante cada cuadro hablaba de la composición, de los colores, así cómo de tantos otros valores artísticos que yo, personalmente, desconocía. Uno de los aspectos que determina la grandeza de este artista, dijo, independientemente de otros valores conceptuales y técnicos, se fundamenta en el dominio absoluto de una composición basada en las leyes de la proporción áurea, es decir, el número de oro. El coleccionista, desconociendo el significado del número de oro, le pidió que se lo explicara. Esto, mi buen amigo, es una composición basada en la regla de la proporción áurea, una proporción divina de orden místico. Este principio estético se encuentra en las obras de los más grandes pintores y escultores de todos los tiempos. Desde Fidias y Miquel Ángel hasta los grandes creadores contemporáneos, arquitectos, pintores y escultores. El coleccionista y yo mismo admirábamos, boquiabiertos, la gran capacidad y el conocimiento demostrado por aquel crítico de arte.

Seguíamos al crítico de arte, el cual, con orgullo desmesurado, continuaba hablando delante de cada una de las pinturas allí expuestas. La profundidad de los colores con que trabaja este pintor lo acerca a los grandes coloristas de todos los tiempos. Vean con qué dominio ha utilizado en este contraste una pareja de colores complementarios i fíjense, asimismo, el uso que hace del negro para remarcar la intensidad cromática de los otros colores. Sepan ustedes que ha habido a lo largo de toda la historia del arte grandes coloristas que han logrado los más altos niveles en el uso de los colores, pues bien, este pintor, no sólo se acerca a ellos, sino que llega, como ellos, a los más altos niveles del dominio del cromatismo pictórico.

Escuchando aquel señor, empecé a pensar que para lograr aquel nivel de conocimientos tendría que obligarme a leer y estudiar mucho con objeto de adquirir aquella cultura artística que yo, a pesar de que me gusta el arte, desconocía y en ningún momento podía competir con aquel crítico de arte. Por otro lado pensé, ¿Porqué este crítico de arte eleva este artista a un nivel tan alto? Seguramente quiere que el coleccionista compre una o más pinturas. ¿Tendrá una buena comisión de la galería por la venta de las obras?

El arte, continuó, es la expresión de los sentimientos más profundos de los creadores. Vengan, miren esta pintura. Era un cuadro de medidas reducidas en el cual, sobre una mancha de color rojizo, unas formas abstractas destacaban del fondo. Vean, dijo, como el pintor ha compuesto estas formas sobre un fondo neutro con la finalidad de resaltar la intensidad del color. Yo, boca abierta, traté de seguir y entender todo lo que decía, pues aprendía mucho de aquel crítico de arte.

Créanme, estimados señores, el valor monetario de estas obras no es muy alto, pero piensen que después de muerto la obra de este pintor logrará un valor considerable, puesto que lo que sucede con los grandes artistas es que después de la muerte, al no poder crear otras obras de arte y no haber más cuadros creados por él, el valor comercial de los que existen sube muchísimo.

En aquel momento me dí cuenta del tipo de argumento que utilizaba para conseguir que el coleccionista comprara alguna obra. A la vez recordé algo que hacía unos meses había oído decir a un galerista, refiriéndose a un pintor que exponía en su galería: ahora es un buen momento para comprar obras de este artista puesto que se encuentra en su lecho de muerte.

Pero lo que más me sorprendió fue cuando habló de su relación personal con el pintor. Él visitaba muy a menudo al artista en su taller y, con un vaso de vino tinto de Clos de Vougeot, discutían horas y horas sobre arte y sobre la vida. Su taller se construyó a partir de un proyecto que el propio artista había diseñado. Un taller con grandes ventanas abiertas al exterior. Este pintor, continuó, tiene grandes conocimientos técnicos y conceptuales. Por otra parte, conoce profundamente la historia del arte, lo cual le permite tener a los grandes maestros como punto de referencia para su creación pictórica. Mi sorpresa fue tal que tuve que respirar a fondo para volver a mí mismo. Me obligué a continuar atento a todo lo que decía, puesto que con su discurso aprendía muchos aspectos técnicos y sobre todo conceptuales.

El crítico de arte no paraba de hablar, y después de más de media hora explicando y alabando al pintor, se me acercó y me preguntó, señor, ¿quién es Usted? A lo cual le respondí: yo soy el artista que ha pintado estos cuadros.


Jordi Rodríguez-Amat
23 mayo del 2014

A página inicio A página inicio