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NACÍ  EN   ALEMANIA

Nací en Alemania, el año 1937 o el 1938. La verdad es que no lo sé muy bien. Nací en una ciudad situada a orillas del río Oder, a menos de cien kilometras de Berlín. La madre, mujer inculta, se veía obligada a ejercer todo tipo de trabajos para poder salir adelante. Sin embargo, había uno que practicaba con sobrada frecuencia. Dos hijos sin padre, mi hermana y yo, crecimos desnutridos, constantemente hambrientos y con aspecto famélico.

A la edad de cuatro o cinco años empecé a tener conciencia de la situación de todo lo que nos rodeaba. Una casa sucia, mal acondicionada y sin ningún tipo de instalaciones sanitarias, situada en un barrio sórdido, nos servía de cobijo a los tres. Por la puerta de entrada se accedía a un espacio que servía para todo. Un simple agujero en el suelo en un rincón de este espacio servía para la defecación. Había que ir a la fuente situada a unos cincuenta metros para ir a buscar agua. En la pared opuesta a la entrada se abría otra puerta mediante la cuál se accedía a un dormitorio, el cual servía para los tres cuando la madre no recibía algún hombre para ir a la cama. Entonces, mi hermana y yo nos quedábamos fuera del dormitorio. Allí había un fogón que alimentábamos con leña que los tres íbamos a buscar a unos bosques cercanos. En el dormitorio, con tres colchones viejos, unos de los cuales sobre unas maderas, los otros dos directamente sobre el suelo, la madre, después de cerrar la puerta con un larguero, hacía su trabajo. Mi hermana y yo, sin decir nada, lo veíamos por las rendijas de la puerta. Generalmente los hombres sólo se sacaban los pantalones y se colocaban encima de la madre. A veces los hombres le decían a la madre: venga, chúpamela y la madre les pedía más dinero. Entonces algunos hombres la maltrataban y la madre, casi sin respirar, se lo hacía.

Nueve o diez años debía tener mi hermana cuando la madre la ofreció a un hombre. Era un hombre que lo había hecho muchas veces con la madre. Un día sentí que discutían y hablaban de mi hermana. Hubo gritos. Al cabo de mucho rato, la madre le dijo a mi hermana que se sacara la ropa y fuera a la cama. Poco después sentí gritar a mi hermana: me hace daño, mucho daño y lloraba. La madre se quedó sentada en un rincón de la sala con la cabeza baja sin decir nada. Yo no osé mirar por las rendijas de la puerta. Mi hermana era mayor que yo, unos dos años, más o menos.

Pocos meses después, mi hermana ya había conocido muchos hombres. Un día la madre había salido de casa y vino un hombre que fue al dormitorio con mi hermana. Aquel día pude mirar por las rendijas y ví lo que hacían. Le hacía una felación. El hombre estaba sentado en una silla y delante de él, mi hermana de rodillas. El hombre le decía: no dejes caer ni una gota. Trágatelo todo.

Yo estaba mirando por las rendijas de la puerta cuando entró mi madre y me vio. Al cabo de poco rato salió el hombre del dormitorio y, viendo la madre, se puso la mano en el bolsillo y le dio dinero. La madre se lo puso en el pecho. Cuando el hombre se fue, la madre me dio una paliza.

A la edad de nuevo años la madre me hizo prostituir. La madre bebía mucho y, muchas veces estaba borracha. Nos pegaba y no nos daba de comer. Un día al anochecer vino un hombre. La madre había bebido y el hombre, después de discutir con ella, le pegó. La madre, medio borracha, me cogió por los cabellos y me llevo al dormitorio. El hombre se abrió la bragueta y la madre me obligó a hacerle una felación.

Toda mi vida he sido una persona enfermiza y débil. Huí de casa a la edad de trece años. Viví perdido por las calles y en un campo de concentración para adolescentes. A la edad de dieciocho años, fui fugitivo de la Alemania del Este. Hoy vivo en Barcelona. Tengo cincuenta y dos años y doy clases de alemán. Gano poco, apenas para vivir y ahorrar un poco para hacer cada año un viaje a Bangkok. Leo mucho y hace años quería ser escritor. No tuve nunca ni la fuerza física ni psíquica para lograrlo. No tengo voluntad. Había llegado a escribir pequeñas narraciones que eran editadas en algún diario alemán. Hace años edité un libro sobre homosexualidad juvenil. Tengo un libro empezado desde hace más de quince años. Cada noche después de dar la última clase y comer un pequeño bocado, justo a la hora de los espíritus, me tomo dos o tres de cubatas y leo. Leo hasta las dos o las tres de la madrugada. Por las mañanas casi nunca tengo alumnos.

He narrado esta historia en primera persona, pero en realidad, yo no soy Heinz. Heinz era un amigo. Sé que no es justo, pero aún así he usurpado su identidad. Heinz ya no vive. Está muerto. Murió a la edad de cincuenta y tres años en un de Barcelona. Él vivía en un piso muy cerca de la Sagrada Familia. Yo era uno de sus alumnos. A pesar de que yo ya hablaba alemán nos encontrábamos un par de horas cada semana para conversar. Yo quería, sencillamente, practicar el alemán. Lo conocí a raíz de un pequeño anuncio que él había puesto en un diario barcelonés. Lo hacía cada año durante el mes de septiembre y octubre para conseguir nuevos alumnos. Hacía muchos años que nos conocíamos y el hecho de tener que hablar a lo largo de dos horas creó entre nosotros una gran complicidad. Tengo que confesar que él me explicaba muchas intimidades, yo casi ninguna. Yo era como un confesor y él sentía placer explicándome su vida, sus amores, sus dudas. Se desnudaba de pies a cabeza y yo sentía el placer de la voluptuosidad. La voluptuosidad del confesor.

Cuando lo conocí, Heinz no tenía familia. En realidad desde que huyó de casa no sabía nada de su madre ni de su hermana. No había estado nunca casado ni había convivido con una mujer. Era una de aquellas personas que no tenía a nadie, absolutament a nadie. Sólo los amigos, muy pocos por cierto y alguna amante. Las amantes no le duraban mucho. Muchas cosas sé de su vida. Muchas más de las que, usurpando su identidad, os he explicado.

Desde hacía años, Heinz ahorraba cada mes un dinero para ir a Asia. Generalmente iba a Bangkok. Alguna vez había ido a la India y a Sri Lanka, la antigua Ceilán. Cada año, apenas volver, me lo explicaba todo. El dinero que ahorraba le servía para pagar el avión, ida y vuelta y una habitación durante un mes en un hotel de lujo. De las casas de prostitución se llevaba una prostituta para dos o tres días. Eran muy baratas, decía. Siempre chicas muy y muy jóvenes. Cuando se cansaba las dejaba y cogía otra. A veces dos. Las invitaba a comer, a cenar y les compraba cosas. Siempre tenía una habitación doble. El último año, antes de morir, llegó a Bangkok y, al día siguiente, cogió un par de chicas. Me explicaba que estaban expuestas detrás un vidrio con un número. Después de escogerlas, se las llevaba con él.

Heinz era una persona sensible y sensual: un hombre enamoradizo. Su propia situación personal le impulsaba a enamorarse fácilmente de una mujer. Le gustaban las mujeres jóvenes, más bien las chicas. El año de su último viaje, después de pasar un par de días con las dos chicas, dejó una y sintió un profundo placer con la otra. Desde el primer día se enamoró de ella. Era una chica sensible, educada, servicial. Según me dijo tenía diecinueve años. Me enseñó una fotografía de ella. Por primera vez pasó el resto del tiempo con una sola chica.

Heinz no tenía dinero para llevársela consigo. Hay muchos hombres que van a Asia a buscar una chica joven y llevársela legalmente. Aquel mes de septiembre, de vuelta, Heinz estaba totalmente desesperado. Lloraba como un niño. Intenté de ayudarlo, pero hablando, ya se sabe, no se soluciona nada. Sólo el tiempo y un nuevo amor pueden ayudar.

Muy pronto conoció a una mujer casada con dos hijos. La conoció como alumna. Se enamoraron profundamente. Un día del mes de julio del 1991 llegué a su casa. El color de su piel era amarillento y muy oscuro. Yo sabía que hacía algunas semanas que no se encontraba bien. Estaba afiliado a una mútua médica y ya lo habían visitado diferentes médicos. Aquel día me dijo que tenía que ingresar en un hospital. Lo visité un par de días después de haberlo operado. Tenía un corte muy mal cosido a nivel de la cintura que iba desde la derecha hasta la izquierda. El color de su piel todavía era más amarillo y más oscuro. Presentí lo peor. Le dije que volvería al cabo de un par de días. Al día siguiente, su amante llamaba a mi puerta: Heinz ha muerto. ¿Cirosis?, ¿Cáncer? : una cosa y la otra.

Fue enterrado en una fosa común en un cementerio barcelonés.

Jordi Rodríguez-Amat