REFLEXIONES HECHAS POR JORDI RODRÍGUEZ-AMAT A RAIZ DE UNA CONVERSACIÓN IMAGINARIA CON NIKOS KAZANTZAKIS

(Νίκος Καζαντζάκης)

Epitafio en la tumba de Nikos Kazantzakis en Heraklion (Creta)

No espero nada, no temo nada, soy libre

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Descubrí la obra de Nikos Kazantzakis a mediados de la década de los sesenta cuando, bajo el consejo de una amiga, compré el libro Alexis Zorba del escritor traducido al francés ya que yo ni conocía, ni conozco el griego, idioma en el que está escrita la obra. Hacía aproximadamente unos diez años que el escritor había muerto en 1957. Desde entonces he sido y sigo siendo un lector apasionado del escritor.

En mi mente se mantienen las imágenes de la visita a la isla de Creta donde, en la ciudad de Heraklion, nació Nikos Kazantzakis. Y en un lugar del centro de esta isla encontramos Lassithi con la cueva Diktion lugar de nacimiento, según la mitología griega, del gran Dios Zeus.

Permitidme expresaros una de mis vivencias en Heraklion; Un día, justo al atardecer, caminando distraído, iba yo vagando por calles sin mucho beneficio, para, finalmente, llegar a un lugar a partir del cual el camino asciende hacia la muralla. Situémonos, norte, sur, este u oeste, da lo mismo, pero allí en la cima, abierta a los cuatro vientos visuales, emerge una simple tumba, potente: Nikos Kazantzakis. Ante su tumba la emoción hinchó mi pecho. Un único epitafio reza: No espero nada, no temo nada, soy libre.

Yo, allí, sentado sobre un ángulo del sepulcro, el gran cielo mediterráneo de Creta en la cima, sentía retumbar su pluma como un rugido profundo surgido del fondo de su espíritu. La obra de Kazantzakis es un grito: Todo hombre debe gritar antes de morir. Cuando el escritor oye un grito interior al individuo, no lo quiere ahogar para complacer mudos y tartamudos. El grito es la libertad frente a los otros: no quiero ser discípulo de nadie, tampoco quiero tener discípulos. Su recorrido en este mundo es un simple instante, el tiempo justo para gritar: Mi alma es un grito y mi obra la interpretación de este grito. Gritar relaja el espíritu y libera las angustias interiores del individuo.

El hombre es una bestia. Si eres cruel te respetarán y te temerán, si eres amable te sacarán los ojos. ¡Grita! ¡Grita! ¡No pares de gritar! ¡Grita muy fuerte! ¡Atemorízalos!

La conversación permite a Kazantzakis expresarse con máximas que muestran su pensamiento. Arte, amor, belleza, pureza y pasión, entre muchas otras, son palabras que el escritor pone en la boca de personajes como Alexis Zorba. La claridad de la mente concede al individuo la libertad de pensamiento y, incluso, rehuir el miedo a la muerte. Yo soy Zorba, como él tengo la sensibilidad y, yo mismo, como él imparto la justicia exactamente como lo hace el hombre arraigado a la tierra. Zorba y los sueños configuraron su lucha interior y dieron forma a su obra.

Al inició de la conversación reflexioné sobre un hecho relativo al ser humano: la dialéctica del razonamiento nos permite configurar nuestra esencia como individuos, esencia configurada a lo largo de las experiencias vividas y por la capacidad de reflexión personal. A veces, sin embargo, tenemos que hacer esfuerzos, para mantenernos libres de nuestra carne y de nuestro espíritu, para liberarnos de todo lo que la vida nos ha modelado y que nos somete ineluctablemente. He intentado encontrar, dice el escritor, la creatividad de la belleza del espíritu humano. Kazantzakis ha vivido sometido a la carne y, sin miedo, la reflexión sobre la muerte le ha acompañado a lo largo de toda su trayectoria.

Permitidme morir para entrar en la oscuridad. Su formación a la edad infantil fue con los franciscanos franceses en la isla de Naxos. Fue aquí donde el personaje de Francisco de Asís le cautivó hasta tal punto que decidió fundirse con él. Kazantzakis se identificó con el sufrimiento y la lucha interior del Santo. Francisco estaba loco de amor divino, de amor y de misterio falto de intelectualidad, pero embriagado de mística irracional. El propio Kazantzakis, aunque rehuyó su cristianismo ortodoxo, nunca abandonó Dios y se mantuvo dentro del cristianismo buscando en él un sentido a la vida humana.

Hacia el final de su existencia, Kazantzakis manifestó que los sueños, juntamente con Bergson, Nietzsche, Homero, Buda y Zorba fueron los personajes que le ayudaron en su lucha humana. Zorba fue un personaje real, un obrero, un minero que influyó en la vida, en el pensamiento y, evidentemente, en la obra del escritor. Alexis Zorba es una de las obras literarias que quedan y quedaron para siempre en mi recuerdo. Una obra publicada en 1946 bajo el título Vida y costumbres de Alexis Zorba. Esta obra, en forma de novela, es un canto a la vida. Aquí, alma y espíritu se confunden y los valores estéticos y morales se contraponen en un intento de alejar el individuo del mercantilismo social para alcanzar los más altos niveles de espiritualidad. Kazantzakis me confiesa sotto voce, que, a pesar de estar extraído de la vida real, él mismo se metamorfoseó en Alexis.

En 1915 Alexis Zorba (Georges Zorba), personaje real, decidió hacerse monje e ir al Monte Athos, una península sagrada al noreste de Grecia, un centro monástico ortodoxo con más de veinte monasterios, la entrada a los cuales queda absolutamente prohibida a las mujeres. Kazantzakis conoció Alexis Zorba en 1917 cuando él mismo fue a pasar cuarenta días en uno de los monasterios del lugar. Se hicieron amigos y las características personales de Zorba fueron tan potentes que influyeron en la sensibilidad y en el pensamiento del escritor.

En la novela, Zorba es un espíritu vivo, un ser desgarrado, sobrecogedor. Kazantzakis muestra la imagen de un personaje que, a pesar del respeto a los demás, se presenta sin ningún tipo de concesiones fáciles y gratuitas. Zorba es un ser que ama y golpea con la gran potencia del obrero, del minero que, además, gracias a Anthony Quinn sabe bailar el sirtaki, creado por Giorgios Provias.

Kazantzakis define la novela como un diálogo; el diálogo entre el escritor y el hombre del pueblo, es decir, el diálogo entre la pluma y la gran alma del pueblo. Alexis Zorba es, sin lugar a dudas, una de las novelas que se mantienen latentes en mi recuerdo. Allí se encuentra la esencia de Creta, la síntesis entre Oriente y Occidente. El escritor tiene visión de presente y de futuro con la mirada puesta siempre en el mundo, el de aquí y el de allí, a medio camino entre las dos civilizaciones. Alexis Zorba no es un Dios, ni un semidiós, tampoco es un héroe, es un simple humano, un alma errante en busca del placer, un individuo en constante lucha para mantener la libertad frente a la opresión social.

De la novela se mantiene en mi espíritu la esencia de un personaje libre, resuelto, sabedor de lo que quiere, un individuo que vive para vivir y no para someterse a la vulgaridad de los materialismos sociales: transformar la existencia diaria en valores espirituales constantes, según palabras del propio Kazantzakis.

Confiándome a la memoria, recuerdo que en el libro Lettre au Greco, que también leí en francés, justo después de mi estancia en Creta, Kazantzakis habla del personaje real. Un personaje con el cual pudo compartir seis meses en Creta. En este momento, escribiendo estas palabras, no me he podido liberar del deseo de reencontrar las páginas del libro donde Kazantzakis describe su encuentro con el hombre y me ha conmovido el espíritu releer que cinco personajes a lo largo de su vida dejaron una fuerte huella en su persona: Homero, Buda, Nietzsche, Bergson y, evidentemente, Zorba.

De la lectura de un libro puede subsistir en el recuerdo el poso de las sensaciones que generó la obra, aunque muchos de los detalles que sin lugar a dudas debe contener un libro pueden y suelen desaparecer con el tiempo. De la lectura de esta novela han desaparecido de mi espíritu muchos de los personajes, lugares y otras coyunturas singulares que estructuran su argumento, aunque sus recuerdos se pueden confundir con los de las imágenes de la película realizada a partir de la novela. El recuerdo es siempre selectivo, disipa muchas de las particularidades y otros contenidos y lo restringe únicamente a las sensaciones vividas en el momento de la lectura.

Hay libros de los que, una vez las imágenes han formado parte del olvido, no queda ningún tipo de sensación, a veces, ni siquiera el placer que hubiera podido suscitar su lectura.

La sensibilidad y el pensamiento del escritor encuentran su fuerza en la tierra de su país. Él mismo se hace defensor de justicias y caridades. Soy hijo de comerciante y terrateniente y conocí el pueblo bajo, el trabajador y las miserias del tiempo en los demás.

Es el propio individuo el que decide, evidentemente, si tiene la capacidad, su comportamiento estético, ético y moral. ¿Tenemos conciencia de lo que buscamos? ¿Queremos satisfacer nuestros deseos a nivel material? ¿Nos interesa más el placer del dinero? ¿El de la creación artística? ¿El del bien de los demás? A lo largo de una vida hay siempre diferentes estadios en los que la persona padece efímeramente estados mutables, aunque la propia personalidad se mantiene casi siempre constante a lo largo de todo el recorrido. Son los valores últimos que pretendemos alcanzar los que marcan este recorrido. En un momento determinado de la historia, el ser humano comienza a reflexionar sobre los valores que delimitan el propio comportamiento y los de los demás y decide crear leyes que regulen la conducta del grupo y la del individuo: la estela de Hammurabi, las tablas de Moisés, las leyes de Justiniano, entre otros.

La conversación con Kazantzakis permite gozar de su pensamiento espiritual. Comprendí lo que puede suponer alcanzar la felicidad plena: Un vaso de vino, unas castañas cocidas, un simple brasero, el sonido del mar…. Para sentir esta felicidad, hace falta un corazón sencillo y frugal. Y Kazantzakis continuó: La cima más alta que puede alcanzar el ser humano no es el conocimiento, la virtud, la bondad o la victoria; hay algo más sublime, más heroico y aún más desesperado: el temor sagrado.

El pensamiento de Kazantzakis es siempre humano, pero con un alto grado de profundidad sensitiva. La constante lucha entre el pensamiento humano y el divino se manifestó abiertamente cuando el escritor vivió en Assisi y comulgó con Francisco, El mártir que he tanto amado. Su lucha entre el hombre y Dios, entre materia y espíritu se convirtió en el Leitmotiv de su vida y de su obra, aunque, a veces, renunciaba a la esperanza de reencontrar a Dios un día, a pesar de haber manifestado la vida no es más que una cruzada al servicio de Dios. Kazantzakis sintió la necesidad de hacer corresponder la vida real del Santo con el mito para conseguir relacionar plenamente esta vida con su propia identidad. El arte tiene el derecho, y no sólo el derecho, sino la obligación de someter la materia a la esencia.

¿Fue El pobre de Asís, la novela que le hizo caer lágrimas sobre el manuscrito y que llevó Kazantzakis a su propio fracaso o al gran triunfo personal?

Las vivencias a lo largo de la vida y sobre todo la formación bajo la orden de los franciscanos durante la niñez determinaron, junto con Creta y la herencia griega, su carácter y su personalidad. La formación posterior, lograda por medio de los viajes, la influencia del filósofo Henri Bergson, Nietzsche y el budismo, entre otros, conformaron la profundidad del cuerpo de su obra literaria e intelectual. En el Collège de France, Henri Bergson provocó en Kazantzakis el ánimo por las experiencias más que la pura lógica del pensamiento y lo introdujo en el estudio de Friedrich Nietzsche. Fue uno de los muchos pensamientos de Nietzsche, la lucha interna inherente al individuo, que a lo largo de mi vida determinó muchos aspectos de mi obra.

El estudio de Freud y el budismo influyeron, asimismo, en el pensamiento de Kazantzakis. Además, los viajes fueron hechos beneficiosos para mi constante lucha interior.

Leí El pobre de Asís en inglés bajo el título de Saint Francis y he comentado a Nikos Kazantzakis que lo que más me impresionó fue el hecho de oponer la fe y la vocación de la pobreza al Vaticano. Francesco de Asís renunció a una vida de placer y prefirió compartir los evangelios con las cosas vivas y, al mismo tiempo, someterse a la pobreza personal para influir caminos de veneración cristianos. Una de las imágenes que se mantienen en mi memoria son los frescos de la Basílica de Asís, pintados por el genial Giotto, con los que se inicia la ruptura de la pintura plana bidimensional, propia del período medieval, para introducir el espacio perspectivo tridimensional.

Kazantzakis fue cristiano ortodoxo. Dios existe sin ser y en los evangelios encontró la esencia de sus creencias. En el libro La Última Tentación de Cristo, el escritor, en diálogo íntimo consigo mismo, se esfuerza en no renunciar a la idea de que el hombre, incluso el mismo Jesús, está sometido a la dualidad determinada por el bien y el mal. El ser humano es por naturaleza diabólico, divino y puede odiar y amar al mismo tiempo.

La novela, tachada de satánica por el Vaticano, tiene sus fuentes en la Vida de Jesús de Ernest Renan, historiador y filósofo rechazado por la Iglesia, y en las teorías de Sigmund Freud, así como en el materialismo histórico, doctrina filosófica que Karl Marx considera ser el motor de la historia. En la novela, Kazantzakis intenta hacer resurgir los valores del cristianismo primitivo tales como el amor, la hermandad, la humildad y la propia renuncia personal.

¿Existió Jesús? He aquí el dilema entre su o no existencia. ¿Hay algún historiador de la época de Jesús que hable de él o de los milagros que narran los evangelios? Ante la duda, Kazantzakis somete Jesús a dos hipótesis; Dios se hace hombre o el hombre se convierte en Dios. La tesis del libro somete Jesús al ser humano que siente dudas constantemente, al hombre que tiene miedo ante la muerte, tiene depresiones y, a veces, se presenta desenfrenadamente sensual y lujurioso. Jesús acepta María Magdalena a pesar de su posible o no inmoralidad personal y al final del libro sueña con una vida alejada de toda idea mesiánica. Jesús lucha contra el propio deseo de Dios para convertirlo en el Mesías y constantemente sucumbe a la tentación de la carne. Sin la cruz, ¿cuál habría sido el significado de su existencia? ¿Estaba casado Jesús con María Magdalena? ¿Tuvo hijos? La dialéctica entre la idea de la prostituta y la mujer honrada compañera fiel de Jesús ha sido constante a lo largo de la historia del cristianismo. Las reflexiones de Kazantzakis sobre el Dios hombre o el hombre Dios son constantes en su vida y se reflejan en el libro. Todo momento de la vida de Jesús fue conflicto y victoria a la vez. Jesús conquistó el encanto invisible de los placeres del ser humano; superó las continuas tentaciones de la carne que transformó en espíritu para finalmente ascender al Gólgota.

Un buen día, paseando por lugares de Heraklion, me enfrenté con un busto; Doménikos Theotokópoulos, el Greco, gran pintor nacido, como Kazantzakis, en Heraklion. Conociendo su existencia sin haberlo leído, decidí enfrentarme al libro Lettre au Greco. Lo leí en francés. Este es sin lugar a dudas uno de los libros de Kazantzakis que más me han impresionado. El libro nos presenta el testamento espiritual del escritor. Un libro en el que el escritor reflexiona sobre el recorrido de su pensamiento, expresado en su obra literaria. Lettre au Greco es mi confesión, dice el escritor. En la introducción del libro el propio Kazantzakis manifiesta: Todo ser digno de ser llamado hijo del hombre carga su cruz en sus hombros y se dirige hacia el Gólgota. El libro comienza: Recojo mis herramientas: la vista, el oído, el gusto, el olfato, el tacto, el espíritu. Cae la tarde, la jornada de trabajo termina y vuelvo a casa.

Su amor por la vida y la naturaleza ha confrontado en todo momento su obra a la necesidad de ascetismo espiritual, siempre con la vista puesta hacia la muerte. La lectura de la obra de Kazantzakis ha sido en muchos momentos de mi vida compañero y amigo espiritual.

 

JJordi Rodríguez-Amat

Octubre del 2018

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